Muchas personas ven la matemática como un área del conocimiento compuesta por múltiples métodos de cálculo, los que deben ser aprendidos de memoria y aplicados rigurosamente al pie de la letra. Esta visión de la matemática, a pesar de ser ampliamente compartida, es problemática.
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Muchas personas ven la matemática como un área del conocimiento compuesta por múltiples métodos de cálculo, los que deben ser aprendidos de memoria y aplicados rigurosamente al pie de la letra. Esta visión de la matemática, a pesar de ser ampliamente compartida, es problemática.
La argumentación es una actividad humana que requiere del uso del lenguaje, la capacidad de expresar la posición propia y de reconocer y valorar la de otros y otras.
Al igual que en muchas profesiones, los y las profesoras en ejercicio deben formarse permanentemente para estar actualizados en sus conocimientos disciplinares, habilidades para la gestión de su docencia y las necesidades de sus estudiantes.
Proponer juegos que favorezcan el aprendizaje matemático, o cualquier otro aprendizaje específico, es difícil. Las mismas bases curriculares de educación parvularia piden a nuestras educadoras que utilicen el juego como estrategia de enseñanza, pero no ofrecen suficiente guía ni especificidad para poder hacerlo de forma adecuada.
Desde sus primeros años, los niños y las niñas tienen la capacidad de aprender matemáticas e interesarse en ellas (Clements y Sarama, 2009), lo que se evidencia a través de sus acciones, tanto en el juego como en el aprendizaje estructurado.
Sabemos que el aprendizaje matemático inicial impacta fuertemente en el desempeño matemático posterior, e incluso en el éxito laboral futuro, y dada su importancia debemos propiciar variadas experiencias en donde se pueden desarrollar este tipo de habilidades.
Comúnmente se suele pensar que la actividad científica sólo es cosa de personas vestidas con bata blanca y lentes, que trabajan solitariamente con todo tipo de implementos de laboratorio.
Los más de 60 años de estudio sobre ansiedad matemática, así como las recientes investigaciones con población infantil sugieren que la ansiedad matemática está presente por lo menos desde los primeros 5 años y a lo largo de toda la vida [ ].
“Es una güagüa, no va a entender”
“¿Para qué le hablas si no te va a responder?”
“Pásale hartos juguetes, ¿no ves que a esta edad son esponjitas? ¡Absorben todo!”
Son algunas de las frases que comúnmente las personas adultas usamos para referirnos al aprendizaje de bebés (o güagüas, como les llamamos en Chile).
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